Anajaime y Malibé, originarias de Tijuana, México, nos relatan las primeras dos semanas de su primer cicloviaje, comenzando en Bogotá, Colombia y planeado concluir en las costas del Caribe.
Texto y fotos por @tijerasypedales
Anajaime y yo, Malibé, teníamos unos meses usando nuestras bicis como medio de transporte en Tijuana, ya que entrábamos o salíamos muy temprano del trabajo y queríamos llegar seguras, y gracias a unxs amigxs supimos lo que era el cicloviaje.
Hacer nuestro primer viaje en Colombia, a donde llegamos en avión, se decidió casi repentinamente: cuando nos preguntábamos dónde comenzar siempre decíamos que de la Ciudad de México hacia abajo, pero Anajaime había estudiado en la ciudad de Cartagena, Colombia, hace unos años atrás, y me contó que le había gustado mucho conocer Colombia y tenía amigas que quería ver, así que nos pareció buena idea comenzar por acá y más cuando nos enteramos que hay una gran comunidad ciclista.
Junto con nuestra amiga Jess viajamos desde Tijuana a Bogotá donde pasamos algunos días en un hostal preparando las bicis y comprando provisiones, y el día del inicio del viaje salimos muy temprano hacia Sopó. Comenzamos a pedalear y con el tiempo los nervios se nos fueron quitando aunque nuestros pulmones sintieron la diferencia de vivir a 0 msnm y ahora estar a 2650 msnm.
Nos sorprendimos mucho de que en la carretera hubiera ciclovías que conectan a Bogotá con los pueblos alrededor, y eso hizo que nuestro primer día en carretera no fuera tan intimidante. Fue un recorrido de 40 km con un poco de lluvia al final; llegamos exhaustas y, tras no encontrar un lugar donde acampar, optamos por un hotel económico donde descansamos y cenamos. El día siguiente fue corto, pedaleamos 11km entre fincas, parando a tomar fotos de las vacas y caballos hasta Tocancipá donde vimos a Vale, amiga de Anajaime. Llegamos a su casa y su familia nos recibió con un almuerzo súper delicioso, ¡los mejores patacones que hemos comido! Gracias, mamá de Vale.
Como nos recomendaron visitar Guatavita planeamos la ruta y partimos en esa dirección. El camino era continuación de la autopista que recorrimos los días anteriores, estaba en muy buen estado y tenía un acotamiento amplio, además de que la vista era linda. Nos dimos cuenta que de camino quedaba el municipio de Suesca que está rodeado por unas rocas enormes, llamadas Rocas de Aves por el pueblo indígena Chibcha, y decidimos quedarnos ahí ya que sería fácil encontrar algún camping y ver estas enormes formaciones. Esta noche fue la primera vez que usamos nuestra estufa en el exterior y hacía muchísimo viento, nunca hemos batallado tanto para usarla y tardamos unas dos horas en hacer la cena. Al día siguiente retomamos la ruta y pronto apareció a nuestra derecha el embalse de Tominé, que nos acompañó desde Sesquilé hasta Guatavita, el destino de ese día.
Pocos kilómetros antes de llegar la cadena de Anajaime se rompió, y fue el momento de poner a prueba nuestros conocimientos de mecánica. Jess y Anajaime se pusieron a arreglarla en lo que yo me comía un chocolate. Una vez arreglada la cadena continuamos el camino no muy seguras de si iba a aguantar mucho tiempo porque la cadena estaba muy dañada y nuestra herramienta se rompió. Y dicho y hecho, la cadena se volvió a romper unos metros más adelante metiéndose en el desviador y torciéndolo, así que decidimos parar a comer y pensar.
En el trayecto vimos a algunos autobuses levantar ciclistas con todo y bici pero nos parecía muy bueno para ser verdad. Después de comer decidimos intentarlo y al primero que le preguntamos nos dijo que sí, entonces Anajaime corrió por sus cosas y le ayudamos a subir la bici. Acordamos encontrarnos en el pueblo, así que Jess y yo continuamos pedaleando mientras que Anajaime buscaba un mecánico. Cuando llegamos al pueblo una hora después, nos contó que había tenido que tocar bastantes puertas para encontrar a Lucho, el mecánico del pueblo. Le arregló el desviador súper rápido y no le cobró la mano de obra; él y su mamá le desearon un buen viaje y antes de irse, la señora le dijo donde podíamos acampar. Nos dirigimos al lugar, se encontraba en una loma y tenía una vista muy bonita al lago. Era una construcción abandonada, donde armamos las carpas y preparamos la cena, y esa noche solo tardamos una hora y media en cocinar ya que nos pusimos detrás de la construcción bloqueando el viento entre las tres. Estábamos orgullosas de haber concluido ese día.
Un par de días después iniciamos muy temprano el ascenso al embalse del Neusa, donde planeábamos acampar. Fue una subida larga, sobre todo porque aún no nos acostumbrábamos al peso ni a la altura, además, Anajaime tenía cólicos muy fuertes y náuseas que la hacían bajarse de la bicicleta y respirar hondo. En dos ocasiones en nuestro camino hacia arriba nos regalaron fruta y jugo, yo creo que nos vieron demasiado cansadas.
De este lugar nos habían dicho que era muy bonito y que se podía estar varios días, así que cuando por fin llegamos estábamos muy emocionadas. Lamentablemente descubrimos que los precios se habían triplicado, y nos aconsejaron continuar hasta otro parque a unos kilómetros de distancia por un camino de terracería y aunque estábamos cansadas nos pareció una buena opción, y por dos noches pudimos descansar ahí, revisar las bicis, recargar energía y esperar a que los cólicos de Anajaime pasaran.
Tras estas dos semanas necesitábamos regresar a Bogotá para que Jess empacara su bici para volar a México. La última ruta era pesada, unos 70 km de El Río Neusa a Bogotá, y Anajaime aún tenía dolor, así que ella y yo decidimos tomar un bus a Zipaquirá y ahorrarnos 15km; Jess prefirió pedalear y allá nos encontramos para continuar con la ruta juntas. Ya reunidas comenzamos a pedalear hacia Chia, donde paramos a almorzar. Cuando terminamos comenzó una lluvia ligera, nos apresuramos en salir y seguimos por la carretera atravesando por caminos verdes.
Poco a poco nos encontramos con zonas residenciales y después con edificios que nos avisaban que habíamos llegado a Bogotá; al final pedaleamos en total unos 30 km bajo la lluvia, la cual se fue intensificando. Además, era lunes a las 5 de la tarde y nosotras estábamos intentando entrar a la ciudad, había mucho tráfico y el camino se volvió muy pesado. Paramos un momento bajo un techo, estábamos completamente empapadas y teníamos mucho frío, pero saber que había un lugar seco en el que nos iban a dar la bienvenida nos movía a seguir avanzando. Y aunque sentimos que ya no podíamos más, no paramos mucho porque queríamos llegar lo antes posible, pero esos 30 km se tradujeron en 4 horas de ir pedaleando muy mojadas. Gracias a Clara y a Lucas por recibirnos después de aquella tormenta con tan deliciosa cena y linda compañía.
Mientras que Jess se preparaba para volver a México, nosotras aprovechamos y adecuamos el equipaje, aligeramos cargas, planeamos mejor las rutas siguientes y nos preparamos para continuar nuestro camino hacia la costa.
Woooow!!! Que alegria da, el saber que se cumplean los deseos de hacer un viaje (sobre todo, si es sobre 2 ruedas), les comento que me entere de esos planes de viaje a Colombia, por medio de uno de mis mejores amigos, ya que una de las chicas colaboraba en el negocio de café de la la hija de el.
Y en una visita a dicho café, me toco deleitarme con esa colorida y chula bicicleta e intercambiar un par de comentarios aduladores sobre la misma. Una felicitación y gran agradecimiento a tan valientes cicloviajeras, por compartir su bella experiencia del viaje.
Saludos
Ya veo que los cólicos son un tema de las cicloviajeras, en definitiva a veces se tendrá que planear días de descanso obligados, buen punto. Nunca me imaginé que la cuestión del tráfico fuera un problema para alguien que anda en bici. También eso de tocar puertas para conseguir comida, hospedaje, mecánica, creo que son muy valientes y que tienen gran habilidad social aunque tal vez sea más cuestiones de supervivencia jaja no lo sé
Estoy contenta de leerlas, ojalá vuelvan a escribir 🙂
Abrazos :*